Volviendo a los orígenes.
Corren tiempos en los que hay que ir rápido por el monte, en los que el peso es una lacra y hay que reducirlo a su mínima expresión, en los que por las cumbres se pasa corriendo y rápido a por la siguiente o al coche.
Pues nosotros, y en vista del tiempo que daban, decidimos ir en contra de estos tiempos y volver a los orígenes. A subir montañas despacio y en varios días, a cargar con peso en la mochila y a vivaquear en las cumbres rescatando un viejo proyecto: subir desde el Collado de Cámara por todos los picos hasta la Morra de Lechugales.
El viernes, sin prisa, subimos a las praderas de Áliva, a un bonito hotel con vistas a Peña Vieja, donde disfrutar del atardecer y, sobre todo, de la llegada de la noche para aprovechar y hacer unas fotos nocturnas. Ni una nube en el horizonte y con una débil luna, lo que hizo que rápidamente el cielo se llenara de estrellas.
Al día siguiente arrancamos con todos los trastos hacia la arista que queríamos recorrer. La nieve al principio estaba dura, lo que hizo que subiéramos con comodidad y llegáramos al primero de los picos de Cámara sin problemas. A partir de ahí la cosa cambió. Nos dimos cuenta que había mucha nieve tapizando la roca, que no se había caído todavía. Además, en las zonas orientadas al norte, se formaba costra con nieve polvo debajo que hacia incómodo y peligroso la progresión.
Los otros Picos de Cámara no los subimos y los pasamos por debajo en dirección al Pico Pozán, teniendo que perder bastante altura por las malas condiciones de la arista. De éste seguimos en dirección al Prao Cortes con los mismos problemas con la nieve. Una vez en la cumbre nos dedicamos al relajante placer de comer con unas vistas espectaculares y a contemplar un paisaje que a pesar de conocer nos sigue impresionando, sobre todo por la nitidez del día.
Del Prao Cortes nos dirigimos al Pico Cortés, ascensión que en su última parte se nos hizo pesada. En vista del cansancio y de que en la arista no nos íbamos a meter en esas condiciones decidimos imitar a los perros y excavar el agujero en el que íbamos a pasar la noche, al lado mismo del único vértice geodésico de primer orden que hay en los Picos de Europa. Mientras movíamos piedras y apartábamos nieve los últimos rayos del sol nos iban dando, no así en el valle donde ya estaban encendiendo las luces. Bajo nuestros pies Potes y decenas de pueblos lebaniegos y a lo lejos, y a la derecha de la Morra, otras luces más numerosas, las ciudades del arco de la Bahía.
Las cocinas ya han fundido bastante nieve y ahora toca hacer la cena. La temperatura es baja pero al no haber viento se está a gusto disfrutando del crepúsculo y de cómo lentamente van apareciendo las estrellas. A las nueve ya es hora de irse a dormir, que estamos de vacaciones. La noche, como es típico en estas situaciones, transcurre a tirones; a ratos te desvelas y te dedicas a ver el paisaje y otros más a dormir calentito dentro del saco.
Hasta que el sol no nos da directamente no nos movemos del saco y sentados en el vértice geodésico desayunamos y decidimos que hacer. Una alternativa es bajar hacia el canalón del Jierro o por la normal. Al final nos vamos por donde conocemos y sin prisas preparamos las cosas y abandonamos nuestro hotel. En la bajada la nieve está mejor de lo que esperábamos sobre todo la primera parte ya que abajo vuelve a aparecer la nieve costra.
Acabando la canal de Covarones y haciendo la travesía hacia Áliva nos llevamos la sorpresa del día; una oveja. La pregunta es ¿qué coño hace allí arriba? Desde Áliva la seguimos viendo en el mismo sitio así que pensamos que se subió pero lo de bajar no se la da muy bien. Su futuro no parece muy prometedor.
En la ermita de la Salud paramos a comer y a beber y tranquilamente nos vamos despidiendo de la soledad de estas praderas.